Samieira Invencible

            ¡Hola, queridos Invencibles! Otro curso más, y nos trae cosas nuevas ya desde la primera cita que hemos tenido

            El agua parada tiende a estropearse, necesita que esté en movimiento para que no se estanque y esté siempre limpia, cristalina. Eso también nos pasa a las personas y a los grupos: a veces, hay que moverse del sitio donde vivimos para romper la monotonía o para conocer de forma distinta otras realidades. Abrahám, Moisés, la Sagrada Familia… tuvieron que dejar su comodidad y salir hacia sitios distintos de su hogar originario.

              Dios quiere que nos movamos, que caminemos, que no estemos estancados. Y, como es muy imaginativo, a través de su Espíritu Santo nos ha ido sugiriendo como fraternidad un impulso para ir saliendo a los caminos. Desde hace un tiempo hemos empezado por acercarnos y tener experiencias en un Camino muy especial, el de Santiago, y ahí nos hemos aproximado a otras familias haciendo ese propio recorrido con las nuestras o compartiéndolo con otras en el Encuentro de verano en Tui.

           Pues bien, para seguir poniendo en práctica esto del movimiento, ayer, quince de octubre, tuvimos una “quedada familiar” fuera de los sitios habituales en los que nos solíamos reunir. Tenemos la suerte de conocer algunos sacerdotes “excelentes”; en este caso recurrimos a nuestro querido Padre Santiago que está encargado de tres parroquias (Combarro, Samieira y Raxó), todas ellas enclavadas en unos entornos preciosos entre el campo y el mar de nuestra “terra galega”. Nos ofreció el uso de locales en cualquiera de ellas para realizar algunas de nuestras reuniones mensuales y finalmente le tocó en esta ocasión a la de Samieira.

              La respuesta que recibimos fue espectacular. Pasamos una tarde graaaande en lo humano y lo espiritual. El Señor nos regaló grandes experiencias en medio de una comunidad que ya practica lo que nosotros habíamos ido a compartir: el amor de Dios entre los hermanos. Aquello del “mirad cómo se aman” se palpa en ese grupo de personas sencillas de Samieira y qué suerte tuvimos de vivirlo junto a ellas.

              Empezamos la tarde con la acogida, desorganizando los bancos de la pequeña iglesia para disponernos a la oración que llevaron con la música o con la palabra nuestros queridos Eva, Nacho, Rocio, Javier y Gilberto. Se unieron a nosotros varias personas de mediana edad y unos cuantos niños que participaron de este modo “distinto” de orar que tenemos. Sorpresivamente, algunos descubrimos que darse abrazos no causa irritaciones en la piel y es muy agradable, aunque el otro no te conozca o no tengas costumbre o te sientas raro…

              Después vino una enseñanza “a cuatro voces”, que fueron las de Paqui, Jose Louzán, Ingrid y este que escribe (por favor, en adelante, que no me dejen un micrófono). Por resumir, hablamos de un tal Pedro, de barcas, de redes y de que Dios nos manda a pescar individualmente pero también desde nuestra propia barca familiar; la familia también es un entorno y un instrumento que El Señor nos da para acercar a otros el don del encuentro que en algún momento de nuestra vida tuvimos con Él. Sabemos que no todo acaba en ese encuentro, sino que ese es solo el comienzo. No podemos estancarnos. Todo caminar arranca con un primer paso, luego otros sucesivos. El camino del cristiano conlleva hacerlo a través de un SÍ, con compromiso real, y de una corresponsabilidad con Cristo y con los hermanos en las tareas que asumamos, superando nuestras comodidades o miedos.              

             A continuación vino una dinámica al aire libre desarrollada por Susana, Fran y familia. Su mensaje: salir fuera de nuestro propio grupo para buscar en otros distintos aquello que nos falta y complementa para lograr nuestro “todo”. Para este momento ya se había acercado un número mayor de personas del lugar. ¡¡¡De cine!!!

              Después llegó la hora de la Eucaristía. Un templo lleno y una sensación de alegría y luz. Una celebración animada, con otra buena ración de abrazos y manos extendidas… No tengo palabras.

              Al acabar la Misa, hubo un encuentro para compartir todo lo que cada quien aportó y, al igual que cuando nuestro Maestro estuvo por aquí un ratito e invitaba a comer, sobraron y sobraron cestos, catamos el vino del sacristán y hubo sesión discoteca con música de acordeón y baile, muchas risas y fiesta como si de una boda se tratase. También -lo más importante- hubo abundancia de nuevos amigos que hemos conocido; ya no son extraños ni ajenos y los sentimos más hermanos unidos en una misma Fe. ¡Qué maravilla sentirnos parte de esta Iglesia que Él fundó!  ¡Gloria a Dios!

José Antonio de Ingrid

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